Biografía.
Aunque tardíamente estudié Dramaturgia y Dirección, lo cierto es que mi formación como dramaturgo fue, y sigue siendo, vivencial. Comencé a hacer teatro (y a escribirlo torpemente) al tiempo que estudiaba Ciencias Físicas y leía a Kafka o a Beckett. Pero pronto renegué de él para soñar con performances (adoraba a Esther Ferrer). Creo que mi primer intento (inconsciente) de construir una dramaturgia fue en Berlín, cuando huía de ya no sé qué (unas cartas que me escribía a mí mismo con pseudónimo). Mi primer trabajo renumerado fue en una compañía de teatro para niños, en Barcelona, y ahí descubrí a Brossa. En Madrid, mientras me ganaba la vida como escenógrafo y maquinista, componía escenas visuales e irrealizables. Más tarde, y quizá para encontrar un sentido práctico a todo lo que pergueñaba, tuve varios intentos de montar compañía. Finalmente, en Galicia, y con Anómico Teatro, uno de esos intentos se hizo realidad. Escribo (no solo teatro) porque la escritura forma parte de mi «estar en el mundo», y de ese estar salen las palabras que más tarde reclaman su existencia en escena. Escribir se ha convertido en un acto político vital que se justifica por sí mismo.
Escritura.
Me apasiona el lenguaje, los lenguajes. Entiendo la escritura (y también el teatro) como el barco en el que navegan nuestras emociones (la del autor, la de los seres ficcionales y reales que aparecen, la de quienes las muestran en escena). No me identifico con un estilo en concreto, del mismo modo que me resulta complicado diferenciar géneros y disciplinas. Me preocupa, eso sí, la conexión de la palabra con «lo real», con la construcción de lo auténtico, ese auténtico invisible que a veces asoma entre lo que vemos. Creo que lo que me define es la apertura. Es cierto que en algunas obras hay más diálogo y en otras menos, un mayor o menor declarado acercamiento a la poesía, al ensayo, a lo performativo… pero en todas subyace un interés por la innovación artística, la configuración de una forma que sea contenido, la creación de un ritmo interno que nos conduzca al pensamiento. Para mí, cada pequeño acto de escritura es un acto complejo, lleno de inflexiones, de dudas, de escondites, de pequeñas explosiones, de intenciones políticas, de experimentos, de locura y resistencia… Hablo del mundo que se configura, y del mundo que desaparece. Al público, lo quisiera enamorar.